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Antropólogo, pero estudiante de vocación. Tratando de pensar, con resultados modestos

miércoles, 10 de junio de 2009

Lo que nos queda de Bagua

La Historia como repetición y acción.

Nietzsche, en Así habló Zarathustra, piensa la vida como un espacio para (re)afirmar el amor que el ser humano siente frente a ella, o en palabras del filósofo, el amor fati (amor al destino) es la muestra de mayor vitalidad y de responsabilidad ética frente a un mundo que se mueve en círculos alrededor de sí mismo. La definición de la vida como una repetición se encuentra en el concepto –también nietzschiano– del eterno retorno: este nos remite a la idea de que el destino es lo único que nos espera al final del camino; la vida se acaba en ella misma, no hay paraísos ni purgatorios o un descanso eterno que nos de sosiego luego de una vida que se percibe como irrepetible, sino más bien esta se prolonga en sus propias sensaciones y hechos que vuelven para beneplácito (o tormento) del sujeto destinado a repetirlo. Así, la responsabilidad de construir nuestro propio paraíso se encuentra en nosotros mismos; el acceso al algún tipo de reino de la felicidad se haya en el día a día; de esta manera, entender la vida en términos nietzschianos implicaría dejar de ver al futuro como un discurso del deseos y de objetivos por cumplir, sino más bien retornarlo al presente, tiempo real en el cual se forjaría nuestro propio bienestar ad aeternum. Sin duda alguna, la pretensión ética nietzschiana se afirma en el mandato de contradecir el propio orden cosmológico vital que ella misma afirma: la idea de apreciar la vida como un eterno retorno se sustenta en la presunción de que el destino se encuentra en el presente, en mis acciones, que serán el reflejo de lo que se viene; por tanto, el sentir la vida ad aeternum es solo un rodeo que tiene el efecto de afirmar el amor a ella pero en un aquí y ahora, cuya existencia actualizada sería lo realmente importante. Esta es una enseñanza fundamental en tiempos tan lejanos a Nietzsche (cronológicamente hablando) como los de ahora, en donde sentimos el mundo como déjà vu, un continuo “ya visto” que nos aprisiona en un destino fatalista que siempre nos persigue, recordándonos aquellas causas, que terminamos experimentando ahora como consecuencias. “Para recordar (y no repetir)” se ha convertido entonces en la consigna política contemporánea bajo la cual nuestras acciones son medidas y juzgadas; en este sentido, la eficiencia de un Estado para construirse como una totalidad se certifica en tanto es capaz de abstraer su pasado histórico de aquellas marcas que refuerzan el patriotismo –que termina desencadenando un chauvinismo pérfido e irracional– y hacer visibles aquellas “fallas” en el proyecto nacional; mirar dentro de nuestra imposibilidad como sociedad es lo que nos queda como tarea futura. Pero esto nos aleja de la enseñanza ética nietzschiana, la cual nos mandata a entender el futuro como presente, por tanto, la historia –como un (re)pensar nuestros síntomas como nación– debe convertirse en una actividad, en acciones que construyan, nuevamente, el futuro en el presente.

¿Qué tan cerca estamos como nación (siempre fallida) frente a esta labor histórica (repito, entendiendo a esta como acción)? la respuesta, creo yo, podemos encontrarla en los hechos últimos del día 5 de junio del presente año en las inmediaciones de la ciudad amazónica de Bagua, en donde nuestra historia volvió a aparecer bajo su avatar más frecuente y espeluznante: la exclusión, y la violencia producida por esta. 24 policías caídos y una cifra desconocida de nativos Awajun-Wampis (que va desde los 9 hasta la delirante cantidad de 100 personas) es el saldo general de una historia caracterizada por un no reconocimiento de estos últimos como parte de una totalidad nacional. En este sentido, lo ocurrido en Bagua no termina siendo una tragedia nacional (o solo es tal para los que miran al futuro del país como una nación en todo el sentido de la palabra) sino la de dos grupos enemigos que se encuentran en una tregua forzada: el Estado Peruano (o “Limeño”, tal como enfatiza Augusto Álvarez Rodrich), y los Awajun-Wampis, Machiguengas, Asháninkas, etc., o, en palabras de Alan García, “los chunchos” que “se creen ciudadanos de primera categoría”. Dar una explicación a lo sucedido el fin de semana pasado requiere de mayor espacio como el concedido en estas breves líneas, por tanto, mi pretensión se aleja de dicho objetivo; sin embargo, trataré de resaltar aquellos síntomas que visibilizan la exclusión inmanente a nuestra historia como Estado-(sin)Nación.

Barbarie vs. Civilización.

Tal vez esta sea la manera más adecuada de sintetizar los contenidos de las opiniones vertidas en los medios de comunicación por parte de los representantes de las instituciones del Estado y de algunos “expertos” en temas amazónicos y (afirmo esto con mucha vergüenza ajena) antropólogos del medio intelectual contemporáneo. Más aún, no se puede colocar a ambos sectores bajo un mismo rótulo; sin embargo, ambos comparten una misma cualidad esencial, que es la de ver el meollo del problema en la diferencia “cultural” entre los dos elementos en disputa: los amazónicos (los “bárbaros”, “incivilizados”, “enemigos del progreso”, “perros del hortelano” para el Estado; los “peligrosos”, “diferentes”, “incomprendidos”, “indomables” para algunos intelectuales) y el Estado (“civilización”, “progreso”, “Lima”, “modernidad”, “paradigma cultural”), obviando (unos premeditadamente, otros no tanto) el elemento político inserto en el asunto. La referencia a lo político en el conflicto es de suma importancia en tanto nos sitúa en aquello invisibilizado por el Estado y alimentado por un sector intelectual y que nos remite al síntoma que delata nuestra imposibilidad como nación, el cual puede resumirse en la incapacidad de nuestras élites gobernantes de romper –siguiendo en esto a Nelson Manrique– con aquella tara del pasado que aún nos fracciona en dos espacios políticos inconexos uno con el otro: la república de españoles (el Estado “moderno”, “progresista”... y todos los significantes que líneas arriba he señalado como propios) y la república de indios (los indígenas insurrectos de la amazonía); lo cual ocluye la posibilidad de construir un Estado más inclusivo a través de la creación de verdaderos ciudadanos, todos iguales ante la ley y sin jerarquización alguna de por medio. Cuando afirmo que el problema es político trato de hacer referencia a que ya existía una normativa legal sobre el tema frente a la cual tanto Estado como amazónicos pudieron remitirse sin necesidad de actos violentos que refuerzan nuestro déjà vu histórico. Sin embargo, la legalidad en el Perú encuentra su antípoda en aquellas “taras” de nuestro pasado colonia que impiden que la primera actúe libremente; es por esta razón que las protestas amazónicas no fueron debidamente encauzadas en las instituciones del Estado: ¿acaso no existe un tribunal constitucional, cuya competencia en este asunto es de vital importancia para decretar la constitucionalidad o no de los decretos en cuestión? Este reclamo se ha llevado a cabo el día martes 9 de junio, pero ¡4 días después de la tragedia!; esto nos permite concluir que tanto Estado –en su negativa por debatir la derogación o no de los decretos ley en el congreso– como dirigentes amazónicos –quienes se mostraron en todo momento intransigentes al convocar hasta la saciedad a la insurgencia– han manipulado el contexto político con el único fin de volverlo confrontacional. Parece ser que la única imagen que nos queda en la retina es la de un país imposible, sin vínculos que nos hermanen (¿quién de todos los ministros y congresistas ve a los indígenas amazónicos como peruanos en todo el sentido de la palabra? o ¿quién de todos ellos puede sinceramente lamentar la pérdida de vidas indígenas?); y que mayor muestra de esto es la pretensión del Estado de ensalzar como héroes a los soldados caídos (valientemente, valga la aclaración) en acción este fin de semana último. El fantasma de los símbolos históricos de la nación aún nos persigue; creemos con ello que la patria se forja en los campos de batalla y no en la búsqueda de puentes que nos convoquen a un futuro (presente) en común. Sin duda alguna, nos queda por misión una tarea ardua y espinosa, pero creo yo es la única que nos debe importar llevarla a cabo.

PD. Lo que se viene.

Hace casi una semana atrás estuvo por Lima el filósofo y analista político Ernesto Laclau, cuyas palabras (para quienes asistimos a un conjunto de conferencias organizadas por la maestría de Estudos Culturales de la Pontificia Universidad Católica del Perú) tienen en la actualidad una fuerza fundamental, y el tiempo dirá si también proféticas. Laclau centró su exposición en el proceso bajo el cual un discurso puede articular una diversidad de significantes en una cadena de equivalencias que luego adquirirá carácter de totalidad. En este sentido –en el ámbito político– dicho discurso activa una cerrazón aparente de significantes; es decir se funda un punto nodal que, en la arena de disputas políticas, articula un sinnúmero de protestas acerca de distintos ámbitos del poder hegemónico, cuestionándolo como un todo articulado. En el contexto peruano actual, el proceso que menciona Laclau acerca el surgimiento de discursos hegemónicos está comenzando a nacer. Así, en el caso de la tragedia en Bagua, las demás protestas –que no guardan una relación de objetivos entre sí– comienzan a entrar en una relación de equivalencias que identifican sus afinidades comunes, de esta manera, la insurgencia amazónica está construyendo una totalidad que se enfrenta en una lucha antihegemónica con el Estado. En este sentido, los diversos movimientos civiles comienzan a articularse dentro del significante contrasistémico de la insurgencia amazónica, es decir, se está dando inicio la formación de las equivalencias entre dichos movimientos que cierran el significante bajo el discurso nodal de la lucha frente al Estado, cargado este a su vez de sus propios significantes en la actual arena política nacional (corrupto, xenofóbico, indiferente etc.). Un ejemplo claro de esto puede observarse en la convocatoria de movilización para el día 11 de Junio publicada en el blog El útero de marita:

“MARCHA PACÍFICA ESTE JUEVES 11. En la Plaza Dos de Mayo desde las 2 de la tarde. No sólo por los policías y civiles caidos en Bagua. Por el intento de estatizar un canal. Por los petroaudios sin investigar. Por los chuponeadores. Por los faenones. Por Rómulo, Quimper, Mantilla, Nava, el tío George, Garrido Lecca. Por Pisco. Por Puno. Por si no fuera ya suficiente. Puro blog son ustedes”.

El panorama político actual nos está dejando observar aquel futuro que buscamos en el presente: articular los diversos movimientos sociales (sean estos campesinos, amazónicos, fiscalizadores, ambientalistas, etc.) en un eje transversal que funde una nueva forma de pensar y hacer la nación, es decir, en una alternativa política ajena a aquellos preceptos coloniales que aún nos tienen atados como Estado sin proyecto nacional. Tanta sangre no puede correr en vano.

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