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Antropólogo, pero estudiante de vocación. Tratando de pensar, con resultados modestos

martes, 24 de noviembre de 2009

La ontología del Acontecimiento. Algunos apuntes sobre Badiou

La filosofía, para Badiou nace como develamiento de los procesos de verdad o procesos genéricos, estos son: arte, política, ciencia y amor.

El problema central en estos cuatro es señalar que toda ontología es de lo múltiple, no de lo Uno: las cosas se presentan como unificadas por la labor del pensamiento, este solo entiende los múltiples estructurados. A esto Badiou llama cuenta-por-uno o situación. Esta situación es sostenida por un saber enciclopédico que explica o representa su contenido.

El vacío es aquello que no puede ser representado –lo que sólo se presenta, o, en palabras de Badiou la multiplicidad inconsistente–, lo que surge de la situación sin que ella misma pueda significarlo. Este apertura una posibilidad de cambio, una subversión de la situación. Esto guarda estrecha relación con el registro de lo Real lacaniano: el vacío es lo que delata la incompletud de la situación, la falla en su pretensión de plenitud.

El pensar ese vacío -desde dentro de la situación- es llamado por Badiou Aconntecimiento: este es la verdad de una situación, entendiendo verdad en el sentido lacaniano como aquello que descompleta el saber enciclopédico de una situación. La verdad del acontecimiento necesita ser nombrada.

El sujeto es el que proclama el acontecimiento, es el que lo nombra. Sólo se es sujeto en tanto se permanece fiel al acontecimiento que este nombra. En tal caso, el sujeto no es sustancia “una”, ni se sitúa totalmente bajo la luz de la conciencia, sino más bien es el estatuto local del procedimiento de verdad, indiscernible para la situación.

El estatuto del sujeto explorado por Badiou se centra en el diálogo que este inicia con la problematización del cogito cartesiano que realiza Lacan: A diferencia de Descartes, quien pensaba el sujeto como el que es allí donde (él mismo) se piensa, Lacan señala que el sujeto piensa donde no es, por tanto se es donde no se piensa. Esto puede entenderse en tanto el pensar –tomando a Descartes– implica la duda grabada por el genio maligno, lo cual llevará a Lacan a entender esto último como una interrupción del flujo de la vida; por tanto, el ser pensante (res cogitans) es una detención del ser. El inconsciente (su represión) es la condición ontológica para la consolidación del ser; su no transparencia (consigo misma) es lo que funda su propia unidad.

Aquí lo central es la relación entre Sujeto y vacío: la certeza consciente de la existencia del sujeto (en el pensamiento) se sustenta en un afuera (trascendental), en tanto que él mismo no coincide (inmanentemente) en todo momento con tal certeza; el sujeto, en este sentido, no piensa su existencia eternamente, si esto ocurriese detendría su propio flujo vital. El sujeto, por tanto, sería el residuo vacío de tal certeza: el momento de suspensión de la vida (cuando el sujeto deja de ser) coincide con la certeza consciente de su existencia.

Para Badiou, Lacan y Descartes se sitúan en un panorama similar (a pesar de la distinción ontológica aparente entre uno y otro): Ambos conceptúan la certeza como una sustracción del (flujo del) ser.

La toma de decisión es lo clave: más importante que quien pensó el acontecimiento, es el que lo lleva a cabo (Cristo/Pablo – Marx/Lenin). A su vez, el acontecimiento, en tanto grieta en el saber, se yergue como universal; este es la subversión que inunda la situación.

Badiou señala como ejemplo clave en su teoría del ser a San Pablo. Su presencia se yergue entre dos discursos erigidos como situaciones: el discurso judío y el discurso griego; en tal sentido, el discurso cristiano surge distanciándose del discurso judío (el del signo, el que mantiene el sentido “descifrándolo”, esta es la misión del profeta) y griego (el de la apropiación –a través de la sofía– del orden cósmico –inmanente en la physis–). El discurso griego señala la adecuación del logos al orden cósmico, el discurso judío se sostiene en la excepción, en trascender ese orden cósmico hacia lo divino.

Badiou señala que para Pablo ambos discursos son las dos caras de una misma figura de maestría, que no cuaja en un universalismo del Anuncio: primero, porque la existencia de uno presupone la del otro (el judío es el que trasciende –a través del signo– el orden cósmico, el griego es el que se alinea con su orden inmanente); segundo, porque ambos señalan como la clave de la salvación una maestría (sobre la ley): el judío en el desciframiento del signo de la excepción, el griego en la captación de la totalidad a través del logos; tercero: ambos son discursos del Padre, claman por obediencia (al Cosmos, al Imperio, a Dios, a la Ley). Es importante mencionar la similitud entre tal discurso de maestría con lo que Lacan señala sobre el discurso analítico: este se sostiene en la distancia con el discurso del maestro y del histérico (este señala que a través del “Sujeto supuesto Saber” se llega a la verdad)

San Pablo, en este sentido, se separa del discurso de la maestría, por eso no es un profeta (el maestro judío de los signos) ni filósofo (el maestro griego de la totalidad), San Pablo es un apóstol, es el que anuncia la resurrección (el acontecimiento puro, aquello que no encuentra su sentido en la situación, en la historia enciclopédica) no como un hecho fáctico, sino como una disposición subjetiva: lo que se clama es la posibilidad de revertir la muerte en nuestra propia resurrección. Es por esto que el acontecimiento-cristo anunciada por Pablo no compete al conocimiento (solo se conoce lo interno a una situación); trae consigo un anuncio irreconocible por los lenguajes establecidos (el judío, que sólo conoce a través del signo divino, no ve esto en cristo sino solo debilidad, patetismo; el griego, que es un discurso de la razón, ve en cristo la manifestación de la locura).

Ahora, tanto Sabiduría (discurso griego) como Fuerza (discurso judío) son atribuciones de Dios como ser, entonces San Pablo marca una redefinición de Dios bajo categorías indiscernibles por los lenguajes establecidos: Dios será definido entonces por lo que no es: Locura y Patetismo.

El sujeto nacido del acontecimiento-cristo es uno dividido, incompleto: se encuentra en la encrucijada entre la carne (sarx) y el espíritu (pneyma): la decisión entre una y otra no puede ser resuelta a través de categorías filosóficas (discurso griego) o a través de la ley del signo (discurso judío). La respuesta se encuentra en la fidelidad al acontecimiento-cristo, no haya lugar en el conocimiento enciclopédico de los dos discursos.

En tal sentido, el discurso judío y griego construyen un sujeto indivisible, resuelto en tanto no hay en él una decisión: o se alinea el logos con el orden cósmico como totalidad (griegos) o se descifra el signo para trascender tal totalidad (judío). En este sentido también se niega el universalismo: ambos discursos se predican del particularismo de los sujetos culturales.

Pablo de esta manera señala la figura del saber (griego) y del reclamo (judío) como una esclavización del discípulo por el maestro; en cambio la igualación de todos por el significante “hijo” que contrae el acontecimiento-cristo filializa a toda la humanidad.

El acontecimiento-cristo se sostienen en su resurrección: cualquier referencia a su vida lo igualaría con cualquier místico de la época. El hecho singular de la resurrección indica la restitución de la vida, su refundación para todos como hijos. Esto establece el centro de gravedad de la vida en la vida misma, a diferencia de lo dicho por Nietzsche, el cual cree que Pablo centra la vida en la muerte (de cristo), en el engaño (de su resurrección).